El movimiento Zapatista de Chiapas, México, nos presenta algunos puntos a los que podemos remitirnos a la hora de construir movimientos enteros y transformar sociedades a través de procesos que reflejan nuestros valores. Aunque debemos tener cuidado de no idealizar o descontextualizar su lucha, podemos decir que muchas de las decisiones que han tomado las personas de este movimiento nos inspiran. El movimiento Zapatista se alzó en armas en 1994 para acabar con los más de 500 años de opresión que padecieran los pueblos indígenas. Buscaban también “democracia, libertad y justicia para todas las personas de México”. En aquel levantamiento buscaron minimizar la violencia y le pidieron a varias “organizaciones internacionales y a la Cruz Roja Internacional que supervisen y regulen nuestras batallas, para que al llevar a cabo nuestras tentativas se mantenga protegida la población civil. Declaramos ahora y siempre que nos atenemos al Acuerdo de Ginebra…” Viviendo en condiciones de pobreza rural extrema, destruyeron los títulos de propiedad de las y los hacendados y redistribuyeron la tierra no solo entre sí, sino también con las campesinas y campesinos indígenas de muchas otras organizaciones en todo Chiapas. Al ver que el resto de México reclamaba un camino pacífico para cambiar el país, los y las Zapatistas dejaron de luchar con sus armas y siguieron luchando con sus palabras solo unas pocas semanas después del levantamiento, y lo han seguido haciendo desde entonces. Desde aquellos primeros días, el movimiento Zapatista ha lanzado o inspirado innumerables iniciativas de organización a nivel local, regional, nacional, internacional y, como dicen en broma, “intergaláctico”. Al interior de sus propios territorios continúan construyendo estructuras políticas y judiciales innovadoras y autónomas, así como programas de educación, salud, comunicación y desarrollo económico. Han separado su organización política y militar de las instituciones civiles de las 1,100 comunidades en las que viven, agrupadas en 29 municipalidades autónomas y cinco regiones conocidas como “caracoles”. Su visión radical democrática, en la que se practica la rotación frecuente de las posiciones de autoridad dentro de las comunidades, se enfatiza el liderazgo entendido como tarea de servicio, se le da prioridad a la escucha, a la responsabilidad y a la construcción de consenso, y se combina la ética con la política, nos sigue iluminando a quienes buscamos construir y poner en práctica esta otra manera de hacer política.