Nuestra sociedad capitalista actual se basa en jerarquías arraigadas que nos entrenan para que aceptemos como cosa natural los modelos de liderazgo que van de arriba hacia abajo. Terminamos por creer que tenemos que buscar a una persona distinta que sería la encargada de cumplir la tarea verdadera de cambiar la sociedad; que es alguien más, alguien de afuera quien ha de tomar las decisiones importantes porque es una persona ‘experta’ y que sabe más; que alguien más debe hacerlo porque tememos cometer errores y no podemos imaginarnos que las cosas funcionen de otra manera.
En nuestra experiencia de organización nos hemos dado cuenta de que hemos internalizado muy a fondo la idea de que la jerarquía social es algo natural e inevitable, lo que nos lleva muchas veces a adoptar formas de acción que van de arriba hacia abajo y que replican las estructuras de dominación que estamos tratando de erradicar. Si la imagen que nos hacemos de un mundo diferente es verdaderamente radical y transformadora, ¿por qué querríamos seguir aplicando los mismos sistemas jerárquicos que queremos desmantelar? Al dedicarnos a desarrollar prácticas no jerarquizadas esperamos debilitar la fuerza con la que el heteropatriarcado capitalista imperialista nos sigue agarrando y comenzar a desarrollar maneras de organizarnos que ofrezcan modelos de cómo queremos vivir en el mundo.
Al estudiar las lecciones que hemos aprendido de feministas radicales, de las mujeres de color en los Estados Unidos y de las mujeres del sur global que participaron en luchas surgidas en el contexto de las organizaciones marxista-leninistas, anarquistas y de otros tipos, vemos cómo es de importante oponernos a la jerarquía en nuestra praxis a través del cultivo deliberado de algunas maneras no tradicionales de comprender el liderazgo y de convertir las cosas personales en cosas políticas.
Creemos que el concepto de horizontalidad apunta hacia una nueva manera de generar un cambio social radical. La horizontalidad le presenta a cada persona el reto de quebrar con los patrones que nos llevan a delegar en otras personas la capacidad de producir cambios, y de comenzar a confiar, crecer y desarrollarse, en lo político y en lo personal, a la par con otras personas. La horizontalidad implica que las personas trabajan juntas en y con solidaridad, autonomía, equidad, autogestión y cooperación mutua por un beneficio mutuo.
Muchas personas quizás piensan que hablar de la praxis horizontalista es lo mismo que hablar de la participación, la inclusión y la voz. Pero la praxis horizontalista no consiste simplemente en compartir el espacio y el tiempo. Se trata de invertirle tiempo y energía a educarnos, apoyarnos y animarnos mutuamente para permitir una plena participación y toma de decisiones. Para que este proceso sea posible es muy importante darle tiempo a las personas para que puedan ejercitarse en el cumplimiento de nuevos roles, nuevas ideas y maneras de pensar, a la vez que se promueve una experiencia colectiva. Para ello necesitamos desarrollar estructuras que de verdad encarnen el trabajo colectivo, el liderazgo colectivo y que descentralicen el poder.