En nuestro trabajo de organización en el área de la educación pública, algunos y algunas de nosotras hemos tratado de impulsar una manera interseccional de comprender las crisis e igualmente las formas de resistencia. En nuestro trabajo al interior del Sindicato de Profesores y Profesoras de Los Ángeles hemos promovido una manera más expandida de abordar las luchas del sindicato, que muchas veces se definen de manera demasiado angosta, al enfocarse en los recortes de presupuesto y sus efectos negativos en el empleo, los salarios y los servicios de salud, buscando que está mirada más extensa nos permitiera incluir también otros temas que preocupan a los y las estudiantes y comunidades. Estas luchas nos han exigido educarnos y educar a otras personas para entender los puntos de intersección entre la crisis en la educación y la inmigración, la raza, el lenguaje, y la privación histórica de acceso a las instituciones educativas y a la posibilidad de controlarlas. Junto con otras personas hemos impulsado la idea de que como parte del sindicato y como individuos debemos responder por la calidad de la educación además de oponernos a la devastación de los recortes presupuestales en otras áreas del sector público. De no hacerlo, pensamos que no lograremos construir alianzas ni organizar una defensa vigorosa de la educación pública en general.
Actualmente trabajamos al interior del Sindicato de Profesoras y Profesores de Los Ángeles porque creemos que es importante construir un espíritu de compromiso colectivo con un futuro compartido, y contrarrestar la tendencia que lleva a personas trabajadoras y familias de bajos ingresos a pelear entre sí por las migajas. Formulamos preguntas que invitan a la membrecía del sindicato a discutir y lograr una mejor comprensión de las estrategias que nos permitirían dejar de reproducir la explotación, hacernos más conscientes de nuestro lugar como parte de la clase trabajadora y luchar a favor de logros materiales para toda la clase trabajadora. A través de ello podemos desplazar el trabajo del sindicato para que no se enfoque solamente en los problemas del sostenimiento básico y apunte hacia una visión más extensa de la solidaridad y la liberación.
Desde la perspectiva de quienes trabajamos en el sector público, discutimos el hecho de que los recursos que se necesitan para mejorar la educación serían sustraídos de otros servicios sociales como el cuidado público de la salud, y que por lo tanto debemos exigir mayores recursos para todos los servicios públicos por parte del estado. Si prestamos atención a la naturaleza jerárquica y burocrática de los sindicatos podremos muchas veces detectar en qué medida su objetivo consiste en negociar con los capitalistas con el fin de lograr un mejor negocio para algún subconjunto de la clase trabajadora, promoviendo la idea de que todas las personas trabajadoras pueden ascender a la clase media y propagando el mito del sueño americano.
Nos organizamos con nuestras y nuestros colegas para lograr contratos que incluyan no solo el salario y las prestaciones, sino también incrementos que nos permitan apoyar a nuestras y nuestros estudiantes y a sus comunidades, al exigir clases más pequeñas y una educación bilingüe. Hemos visto que cuando las profesoras y profesores se organizan en un contexto sindical pueden actuar de manera muy poderosa si se vinculan de manera directa con un trabajo de organización que involucre a las y los estudiantes, a sus madres, padres y comunidades para lograr una transformación completa del sistema educativo.
Por otra parte, aquellas luchas en el área de la educación que, a pesar de sus buenas intenciones, no parten de un análisis interseccional ni aplican una forma interseccional de lucha, pueden producir efectos desastrosos para las comunidades y las organizaciones. Lo vemos claramente en la oposición que le permitió a la Federación Unida de Profesoras y Profesores impedir que se estableciera un control comunitario del sistema de escuelas públicas de Nueva York en 1968. Tal y como lo narra Richie Perez,
“En respuesta a una militancia creciente en las comunidades de color, el gobierno de Lindsay redactó una propuesta para “descentralizar” el sistema de escuelas públicas de Nueva York; en ella se proponía establecer juntas escolares, con poderes limitados, en las comunidades locales. Este no era el tipo de “control comunitario” por el que habían luchado nuestras comunidades, y el poder decisivo quedaba en las manos de la Junta de Educación central y de los sindicatos de las y los profesores y supervisores. A pesar de esto, la Federación Unida de Profesoras y Profesores, bajo el liderazgo de Albert Shanker, opuso una resistencia tenaz a cualquier tipo de “interferencia civil” en el manejo de las escuelas. La UFT (por sus siglas en inglés) convocó a una huelga de profesoras y profesores que duró 90 días. Durante este tiempo, la ciudad se polarizó aún más cuando se acusó de “anti semitismo” a quienes abogaban a favor del control por parte de las comunidades negras y puertorriqueñas y se acusó de “racismo blanco” al sindicato de profesoras y profesores. Los centros del activismo a favor del control comunitario estaban situados en Ocean Hill-Brownsville, Harlem, El Barrio, Lower East Side, y South Bronx, donde el grupo United Bronx Parents (Madres y Padres Unidos del Bronx, liderado por Evelina Antonetty, Dona Rosa Escobar y otras personas cuyas contribuciones habría que documentar) cumplió un papel crucial al organizar a las madres, padres y estudiantes”.
Finalmente ambos grupos perdieron —la comunidad quedó sin voz y logró muy pocas reformas significativas, y el sindicato se distanció aún más de la comunidad y no fue capaz de proteger o impulsar avances significativos para su membrecía, y menos aún para sus estudiantes.