Hemos tratado de ilustrar la importancia de una posición política prefigurativa, horizontalista e interseccional. Estamos haciendo este trabajo en espacios grandes y pequeños, y a través de grupos que estamos construyendo y grupos que quisiéramos transformar. Estos espacios incluyen nuestros lugares de trabajo, nuestras escuelas, nuestros vecindarios, nuestras comunidades, nuestras familias construidas y de nacimiento, y más…
Nuestro trabajo no puede más que crecer, y solo creceremos en nuestro trabajo si disponemos de lugares en los que podamos practicar diferentes maneras de tratarnos mutuamente. Las experiencias que nos han permitido vislumbrar cómo mantener y crear nuevas relaciones sociales son y han sido importantes en este proceso. Un ejemplo viene de Chile a inicios de los años setenta, cuando el gobierno democráticamente electo de Allende impulsó una serie de reformas progresivas que incluían la nacionalización de algunas industrias clave y una limitada reforma de tierras. Durante este tiempo, algunos movimientos poderosos dentro de las comunidades y lugares de trabajo comenzaron a crear sus propias instituciones prefigurativas que incluían redes regionales de consejos de trabajadoras y trabajadores que comenzaron a tomarse las fábricas y a administrarlas sin autorización del gobierno, así como asociaciones vecinales que se tomaron los terrenos baldíos para construir comunidades nuevas. Mientras que Allende estaba tratando de contener estos movimientos de masa dentro de los confines legales y económicos del estado, el liderazgo de la base estaba tratando de trascender estos límites. Utilizaron estos espacios nuevos para practicar maneras posibles de dirigir una sociedad sin jefes, sin terratenientes, y a través de tipos nuevos de relaciones horizontales entre personas y al interior de las comunidades. Al transformar la textura y la cualidad de sus relaciones —lo que incluía pero no se limitaba a la manera como se distribuían los recursos— pudieron expandir también las dimensiones de los paisajes soñados de lo que podrían cambiar y recuperar.
Necesitamos en nuestras vidas lugares donde podamos practicar maneras diferentes de tratarnos. No solo tenemos que aprender a deshacer el racismo, el patriarcado, y todas las formas internalizadas de poder y opresión, tenemos que aprender a hacer —a comentar lo que hacemos, a impulsarnos y motivarnos sin valernos de movidas de humillación o de poder, a sentirnos bien con lo que somos (sentir que somos lo bastante importantes para tener ideas y compartirlas). Muchos y muchas de nosotras tenemos esto claro en nuestras cabezas, pero la mayoría necesitamos de una organización dentro de la que podamos practicar, aprender y, en palabras de Grace Lee Bogg, “hacer que nuestras almas crezcan” juntas.
Es realmente difícil aferrarnos a nuestras políticas y compromisos viviendo en el mundo en que vivimos. Cada mensaje que recibimos nos habla de individualismo, de renunciar, de aceptar las cosas como son. Muchas veces nuestros sueños se enredan con ideas de ‘triunfar’, o los sacrificamos por razones prácticas. Aunque podemos sentir entusiasmo y compromiso con nuestro trabajo político, fácilmente nos invaden la fatiga y la decepción. La comunidad, y ante todo la organización, son sistemas fundamentales de apoyo que pueden ayudarnos a mantener presentes nuestros compromisos y practicar el apoyo mutuo y la responsabilidad de cara a otras personas y a nuestro trabajo compartido.
